Think Big Empresas de Telefónica: “Las tres brechas: una historia de cuando el covid-19 llegó a la Universidad”.
No fue un coronavirus el causante de que la calculadora científica sustituyera al ábaco, ni el mosquete a la lanza, pero sí de que la Universidad acelerase su transición digital a partir de un 14 de marzo de 2020.
Son nativos digitales, tienen entre 18 y 23 años de media, pertenecen a dos generaciones distintas: la “Z” y la “Y”, y estudian en nuestras universidades. Conectados los 365 días del año a sus dispositivos móviles, tablets y PC, utilizan Internet prácticamente para todo y en todo lugar, pero hasta hace poco no sabían que su vida iba a cambiar repentinamente a causa de un virus que no fue sintetizado en laboratorio ni ordenador alguno.
Antes del 14 de marzo de 2020 la situación era muy diferente. Cientos de estudiantes viajaban en transporte público para entrar a primera hora en imponentes edificios históricos -universidades, facultades o escuelas – con bedeles uniformados. Sus dispositivos digitales daban permanecían en mochilas y bolsillos para dejar paso a cuadernos, bolígrafos, pizarras y tizas que, para mi asombro, seguían imperando en muchas de sus aulas. Unos meses después la realidad se tornó diferente: la firma electrónica frente al matasellos, la tableta y el portátil frente al encerado, el ratón frente a la tiza y la libertad de cátedra en manos de nuestros políticos.
Todavía hoy, sin ser plenamente conscientes, esos estudiantes sufren la amenaza de un nuevo confinamiento mientras su educación pende de un hilo: el del nivel de digitalización de sus profesores y el de su propia Universidad. Y así pasará a los anales de la Historia como si de una nueva película se tratara: “Las tres brechas”, una historia de cuando el COVID-19 llegó a la Universidad.
Las tres brechas en la Universidad
Es indudable que la actual pandemia ha puesto de manifiesto tres posibles brechas digitales en la Universidad española:
- La brecha alumno-profesor: la gran mayoría del profesorado de todas las universidades jamás se había enfrentado a impartir una clase y examinar a través de la Red, y hubo que hacerlo en un tiempo récord. En cuanto a cifras reales, ¿qué porcentaje de profesores ha sido capaz de impartir sus clases en formato online? Pregunten a sus hijos o sobrinos. Respecto a los exámenes, mejor no me pregunten a mí, sino a la ciberseguridad…
- La brecha alumno-Universidad: esta crisis sanitaria también se ha tornado en económica, y su impacto se nota y se advertirá más aún en los hogares de aquellos alumnos que no dispongan de conectividad ni Internet para recibir su formación. Muchos padres tampoco podrán asumir la compra de nuevos dispositivos digitales para que sus hijos sigan las clases.
- La brecha Universidad-Universidad: el COVID-19 ha puesto de manifiesto, además, qué universidades estaban más digitalizadas y, por tanto, más preparadas para hacer frente a este tsunami y cuáles no . Y aquí surge de nuevo la pregunta popular: ¿públicas o privadas? Créanme, no cabe debate en esta línea. La tecnología hoy es completamente accesible, el problema es de adopción por parte de dirigentes y docentes, y de un sistema educativo que dista años luz de países en los que sus universidades y su crecimiento económico en términos de PIB despuntan. El COVID-19 ha demostrado las flaquezas de un sistema educativo muy cuestionado por el sector empresarial y la propia ciudadanía, y la imperiosa necesidad de su renovación.
Las circunstancias para dos generaciones de jóvenes
Para Ortega y Gasset era vital poder comprender los mecanismos que rigen las generaciones en un mismo período temporal y, por eso, dedicó parte de su vida a estudiarlo. Como filósofo, luchó intelectualmente contra los que catalogaban las generaciones como meros inventos metafísicos y así llegó a formular en 1914 su famosa frase “Yo soy yo y mis circunstancias”. Pues bien, bajo un coronavirus circunstancial, las universidades se quedaron vacías, pero las clases se tenían que seguir impartiendo.
Decía el filósofo Piscitelli que “no solo hay que cambiar el contenido, también hay que cambiar la arquitectura”. Hasta hace poco eran ellos, los propios alumnos, los que se quejaban de que la Universidad, la cuna del conocimiento, la sabiduría y la ciencia continuara enseñando con herramientas del siglo pasado. Era como si el paso del ábaco a la calculadora o el de la lanza al mosquete todavía no se hubiera producido. Por eso, la Universidad necesita profesores que entiendan que el mundo cambia por la senda de la transformación digital.
Y es que hay tantas formas de enseñar como maneras de investigar. Las herramientas digitales abren un sinfín de oportunidades. Y, en este sentido, España goza de una posición privilegiada en términos de conectividad: solo en nuestro país hay más fibra que en la suma de las grandes potencias europeas y, en el marco de la OCDE, solo nos superan en términos de hogares con fibra Corea del Sur y Japón.
Créanme, hablar de Universidad española y COVID-19 daría para escribir una tesis doctoral y de las buenas, pero yo ya hice la mía en su día y ahora estoy digitalizándome, que es lo que toca. ¡Las clases y exámenes digitales son posibles y más con la llegada de 5G!